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Lugar: Lima, Peru

Autor de los libros: "Algunos cuentos para ti y otros para el mundo" editorial san marcos, Lima, Perú 2004. "Un lateo por el Cusco", editorial publicatuslibros, Jaén, España, 2006. "Poemas para demorar el viaje", edición autogestionada, Lima, Perú, 2007. “Alguien se fuma un cigarrillo al borde del abismo: Rapsodia Vagabunda”, edición de promoción ,2008.

martes, 19 de febrero de 2008

Algunos cuentos para ti y otros para el mundo

Juan Carlos Guerrero

Regalo de Amor

De: Algunos cuentos para ti y otros para el mundo, Edtorial, San Marcos, 2004.


La conoció de casualidad; y desde el momento en que la vio, algo en su interior le dijo que esa noche soñaría con ella. Después, cuando se hicieron enamorados, ella le confesó que no sabía porqué, pero cuando lo vio por primera vez tuvo una extraña impresión, como si ese viaje que había hecho desde tan lejos fuera un simple pretexto para toparse con aquella mirada, con la que había soñado toda su vida, y esa noche ella también soñó con él. Entre risas y besos, descubrieron que lo que ambos soñaron, tenía una asombrosa similitud, era la misma película. Silvia era dueña de una singular belleza que él jamás había visto, tenía una complexión que ninguna otra muchacha poseía, unos ojos que ni imaginaba que pudieran existir, la sonrisa más cálida que hubiera llegado desde Navarra.


Pero fueron las cosas que llevaba dentro lo que más le encantó de Silvia. Tan pletórica de entusiasmo y vitalidad, que contagiaba (él se contagió de ella, de sus ganas de vivir, de sus predilecciones por los espacios silvestres). Su espíritu enarbolaba sueños libres. Soñaba con un mundo nuevo, sin regímenes autoritarios, sin árboles fascistas.


La tarde del primer beso no lo pudo creer era la tercera vez que la acompañaba hasta la casa-hogar Santa Ana (donde ella colaboraba como voluntaria), quizás no hubiese ocurrido nada, pero la atracción que sentían el uno y el otro, pudo más que cualquier otra razón y sin que pudieran evitarlo sus labios se unieron. Fue una cosa de segundos... Los dos comprendieron lo bello que es desprenderse de la timidez, cuando algo es absoluto. Solían encontrarse por las tardes para ir a caminar juntos, o para sentarse en una banca de algún parque a charlar sobre las cosas cotidianas, sobre sus vidas, sobre todo eso que se dibujaba frente a sus ojos. Ella continuamente decía que detestaba a los chicos de su barrio: “La mayoría son falsos y pretenciosos, no pienso acabar mi existencia criando a sus hijos”.


Silvia se quedó cinco meses en el Perú, al principio había venido por tres. Cuando se marchó se hicieron muchas promesas. Ella le prometió que regresaría, que él era lo más honesto que le había sucedido en su vida, que le estaba muy agradecida por los momentos maravillosos que habían pasado juntos, que nada olvidaría, que sólo era cuestión de tiempo para ser felices toda la vida. “Yo sabré esperarte... así tardes en volver... sólo sé que te estaré esperando”, le respondió él. Y se dieron el beso más largo que se hayan dado como despedida...Unas suaves gotas humedecieron sus ojos, y se dijeron adiós.


La espero...la espero como se espera a la mujer que uno verdaderamente ama, a ese sueño que se tiene que cumplir. La espero con decencia, sin atreverse a cuestionar sus palabras. La espero con la paciencia más apacible que un ser humano se puede permitir, con sus sentimientos intactos. Cada vez que recibía una carta de ella, su corazón le palpitaba, se emocionaba, imaginaba que era por fin la noticia de su retorno. Le tenía guardado un precioso collar que con esfuerzo pudo comprar para obsequiárselo: su regalo de amor. Sin embargo los días pasaron, los meses, las estaciones. Y cada vez sabía menos de ella, las cartas ahora eran bastante escuetas. “Estoy haciendo un curso muy importante y no tengo mucho tiempo para escribirte, un beso, cuídate, Silvia”. “No me lo vas a creer, pero estoy saliendo de viaje a un país del Oriente Medio, por asuntos de estudios, y no te voy a poder escribir por un buen tiempo, la vida es muy complicada allá, cuando regrese a España te contaré todo, saludos, Silvia”. No supo exactamente que pensar, tampoco presumir lo que estaba ocurriendo, le echó la culpa a las circunstancias, a sus estudios. “Ya vendrán épocas mejores”, se dijo. Y siguió esperándola, con la misma ilusión que en los meses anteriores. Por aquel entonces conoció a otras chicas españolas, de la misma región de donde era Silvia, un amigo se las presentó y tuvo la oportunidad de salir con ellas. Pero ellas eran diferentes a Silvia, se les notaba en sus ojos, en sus risas. Sin darse cuenta el tiempo estaba pasando. Las noticias de Silvia a estas alturas eran escasas. Las cartas que él enviaba a veces no obtenían respuestas. Pronto las noticias fueron totalmente nulas. Para eso tampoco tuvo palabras. Desde que ella se fue: todas las tardes hacía el mismo recorrido por los lugares en que caminó con Silvia, con eso se consolaba mientras seguía aguardando la promesa del retorno, el día de la felicidad completa. Ahora nada sabía de ella, sospechó las peores cosas, los miedos más absurdos que lo hicieron estremecerse como seguramente jamás imaginó. Cuando juzgó que ya era demasiado tarde, cuando las horas se habían convertido en años, recién tuvo que aceptar que Silvia lo había abandonado, lo había dejado solo frente al mundo.


Un día soleado, mientras caminaba, cerca al lugar por donde él residía, frente a sus ojos unos chicos golpeaban a un niño, sin otra razón que el abuso; él de inmediato defendió al niño y espantó a aquellos chicos abusivos. El niño lloraba. Tuvo que limpiarle las lágrimas con su pañuelo. Debería tener exactamente la edad de la partida de Silvia a España y eso lo hizo quererlo un poco más, lo acompañó hasta su casa. En breve se enteró que era un niño sin padre, que sólo vivía con su madre. Odió esa historia., odió a esos hombres malvados que abandonan y maltratan a sus mujeres. Desde aquel instante siempre iba a visitar al niño; prefería ir por las tardes, en los horarios donde no tenía nada que hacer. Acostumbraba pasearse junto al niño y su madre por aquel parque que años atrás caminaba con Silvia, a veces cerraba los ojos y sollozaba en silencio, sin que nadie lo notara, se imaginaba esas tardes con Silvia y un hijo. Melancólicas postales nublaban su mirada al recordarla, le dieron ganas de ser padre, sintió el amor de padre en su alma. Sin él proponérselo se fue involucrando con aquella pequeña familia y terminó viviendo con ellos. Fueron tres años los que convivió con aquel niño y su madre, que se convirtió en su mujer. Les juró que les protegería, que nunca más sufrirían mientras él estuviera vivo, pero parece que la felicidad no estaba hecha para él.


En cierta ocasión al regresar de la escuela donde estudiaba un auto atropelló al niño, lo mató allí mismo, instantáneamente; no lo podía creer habían matado a su niño...a su hijo. Todo eso le pareció espantoso, un mal sueño. Quería dormirse para siempre. Para su desgracia el asunto no terminó allí. No pasó ni un par de meses desde la muerte del pequeño, cuando la madre del niño falleció de una extraña enfermedad. Era el colapso, el derrumbamiento total, nuevamente se hallaba solo. Sentía que estaba muerto, que la vida no tenía sentido, pero pudo sobrevivir. Habían llegado otros años, en todo este tiempo Silvia siempre estuvo en sus recuerdos, jamás la pudo olvidar, por más que lo intentó. No le guardaba rencor a pesar de haberlo abandonado a su suerte, incluso aún conservaba una caja pequeña que contenía dentro un regalo para ella: para Silvia.


Se le presentó una oportunidad de ir a trabajar a Francia, ya era un hombre mayor, cuando aquello sucedió, sabía que estaría cerca a España. Decía que no le importaba eso. Aunque en realidad le importaba mucho. Biarritz, donde radicaría, estaba bastante cerca de Pamplona (la ciudad donde Silvia había nacido). Sin pensarlo dos veces, en la primera ocasión que tuvo cruzó la frontera y se fue a buscarla. Temblando se paró frente a la dirección que hace muchos años atrás mandaba sus cartas. Estaba titubeando frente a la puerta, cuando una mujer salió detrás de ella. Se parecía mucho a Silvia, su corazón pegó un salto; sin embargo no era ella, era su hermana. Le explicó quien era él y a qué había venido, le narró la historia. Ella después le dijo que Silvia le había contado todo. “Vamos te llevaré a su casa, está cerca”, se fue siguiendo a esa mujer. Bajaron por algunas calles, hasta llegar a una casa vieja y mal cuidada, sin recreo verde, una cosa inconcebible, pues Silvia amaba la naturaleza. “Aquí es “, dijo la mujer y se detuvo. “Vamos pasa”. Caminaron y llegaron a un patio sombrío. Al fondo, sentada en un sillón se hallaba una mujer de cabellos extremadamente blancos; era Silvia. Ella lloró al verlo, lo recordó instantáneamente antes que su hermana se lo presentara, él apenas se pudo contener. A Silvia también la abandonaron, detestaba a los chicos de su barrio, aunque al regresar del Perú un antiguo enamorado la empezó a frecuentar; ella se resistía al comienzo, pero el muchacho logró convencerla, y en una de esas salió embarazada. Convivieron un par de años, mala convivencia, con peleas continuas: nunca se entendieron. Todo se calmó cuando él la abandonó, aunque no del todo. Su hijo le hizo la vida imposible cuando creció, la aborrecía, la recriminaba por cosas sin sentido.


–– Creo que lo consentí mucho, ahora ya es un hombre; es un caso perdido.


–– ¿Porqué no confiaste en mí?


–– Sí...Lo pensé, pero tenía miedo...tú eres peruano y seguramente tienes el alma machista. Dejé las cosas como estaban. Créeme eso me mató, ya no podíamos soñar juntos.


Antes de quebrarse por completo, de uno de sus bolsillos desenterró una cajita marchita; dentro de ella había un collar opaco; lo sacó con cuidado y lo puso a reposar en el cuello de Silvia, que lo miraba sin inquietarse, con los ojos apagados.


–– ¡Quédate con este collar!, ¡era para ti! ¡Mi regalo de amor! –– dijo él.


Luego de eso lloró desconsoladamente, lloró por todos esos años..., por Silvia, por el niño y su madre: muertos hace ya mucho tiempo. Lloró por él y por su maldito destino. Lloró con rabia, lloró por sus sueños aniquilados, lloró como jamás antes lo hizo, como nunca en su vida.

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