Poemas para demorar el viaje
Poemas para demorar el viaje, Edición Autogestionada, Lima, Perú, 2007.
Si te preguntan por un gato
Mis amigos, los que vagabundeaban por la plaza, te habían hablado de mí: “el tipo tiene diálogos frecuentes con los genios, sólo cena con Bukowski y con alguno que otro gato del mismo pelaje, estamos orgullosos de él, qué opinas de eso, tener un tipo así entre nosotros.”
Las noches siempre eran así, y yo durmiendo en tus pechos pequeñitos, ignoraba todo.
Por esos días estaba leyendo a James Joyce (me mareaba en el Ulises). Y, una que otra vez releía a Bukowski y a García Lorca: para olvidarme que te tenía que coger.
Me gastaba la vida friendo pescados para el desayuno.
No sé porqué me obsesioné tanto contigo. Cuando abría la ventana de mi casa, un soplo de mar me llegaba, y yo a veces lo confundía con tu perfume, así de burro estaba.
La Felicidad
La Felicidad, ese retazo de sombra multicolor, que se escabulle, a veces entre unos sostenes o entre unos pétalos borrachos.
Ocasionalmente soy infeliz, parado en una esquina, viendo la vida brincar de un lado a otro, en un sinsentido perpetuo.
Ser feliz implica no haber naufragado en tus propios zapatos.
Haber comido y bebido bien.
Estar salvaje a la hora del crepúsculo.
A la hora de amar como un caballo.
Para algunos, La Felicidad, es sinónimo de un viaje a cualquier parte o tocar muslos desnudos con la yema de los dedos.
Lo es también deleitarse con la sinfonía del Barcelona FC.
Siempre corremos tras La Felicidad, nuestro objetivo es retenerla, que nunca se vaya.
Un buen desayuno, un pitar profundo de un cigarrillo, obviamente a muchos nos hace felices.
He sido feliz en otra parte y en otro tiempo.
Oyendo a Shocking Blue cantarme Demon Lover.
He sido feliz en los bares más desastrosos y en las noches más aburridas.
Cuando no había que hacer otra cosa que ser feliz.
Cuando la tristeza había nadado por todos los espejos y de lo único que daba ganas era morirse.
He sido feliz cuando la marea de tus pecas se borraba de mi memoria.
Cuando me dijiste que ya nada podías hacer por mí, salvo, meterme a la jaula de los leones.
Porque el no abandonarse y ser fuerte: es vestirse también de hombre feliz.
He sido feliz cuando no había más boleto para serlo.
Cuando el tren de los pasajeros felices se había marchado.
Cuando no tenía piernas… Y cuando me hallaba ciego… Y cuando Dios me apaleaba.
Porque mil millones en el banco, un palacio o un yate, las condecoraciones y los halagos, no bastan para hacer a un hombre feliz, tampoco la melodía del piano de Dios.
También hay hombres felices comiendo sólo pan al mediodía.La Felicidad: ese escupitajo breve que a veces nos lanza un Dios bueno.
La arrogancia de los espacios inútiles
Eres tú acaso la angustia de los años bisiestos
O la llama verde
De mis devaneos desparramados.
Saludo en latín a la tribuna urbana
Saludo y pienso en tu nombre
Que se escribe en prosa
Y con copas de vino tinto.
La verdad es que tu nombre
Alienta a las murallas sacrificadas
Por el reloj del Universo
Alienta a los árboles arcaicos
Que se mecen por debajo del satélite chamuscado
De tristezas que penetran por sus poros.
Pero sobre todo lo que digo de ti
Eres la arrogancia de los espacios inútiles
La apatía de la flor trasnochada
La balada nostálgica de los días pragmáticos.
El canto triste de las sirenas
En las noches donde las aldeas
Navegan hacia la Prehistoria.
Observo el frío Universo, su inmensidad es sobrecogedora.
Parece decirme: me he tragado a tantos, que tragarme a ti, me es insignificante.
¡Mierda!, le digo, al menos déjame acabar con cierto estilo, déjame reírme al menos de ti, déjame jugar a que soy libre.
De acuerdo, me dice, pero recuerda que yo tampoco soy eterno, a mí también me tragará una enorme cosa.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio